11.
Quizás
existe en un sólo horizonte -
uno
con molinos de viento y campanarios con inquisitivas cigueñas,
praderas
con álamos chismosos, una zona templada,
estatuas
ecuestres y fuentes de aguas trenzadas,
y,
cuando el pueblo termina y aparecen los setos y los árboles,
el
exhuberante campo que vemos desde el tren
con
pilas de heno y estanques de patos y cuervos en una cerca
aparenta
alistarse para el funeral de Alderman. La deferente lluvia
cae
de forma ceremoniosa sobre los cafés y el adoquinado,
florecen
los paraguas y una buena bruma
glasea
las calles donde la catedral tiembla
ante
su reflejo, una llovizna es bien recibida,
y
el cura sin afeitar con su sotana polvorienta,
protector
del latín y de los viudos cipreses,
mira
cómo una bandada de estorninos registran los anales
que
amparan la historia en su grisácea inmortalidad
y
a las barcazas que pasan en estrofas a través de los canales.
Este
es el clima de la poesía, su verdadero hogar,
no
donde las palmeras se aplauden a sí mismas y las velas
bailan
en deleites sin sentido y las gaviotas compiten con la espuma.