En
un barrio que una vez se llamó “Hell’s Kitchen”
Donde
un pordiosero juraba estar tocando el violín de Nerón
Mientras
la ciudad ardía en la canícula del verano;
Donde
una barbera que se hacía llamar a sí misma Cleopatra
Blandía
la tijera del destino sobre mi cabeza
Amenazando
con cortarme las orejas y la nariz:
Donde
un hombre y una mujer se echaron a andar desnudos
por el lado oscuro de la calle al amanecer.
Debo
estar soñando, me decía a mí mismo.
Era
como conocer una pareja de esfinges.
Esperaba
que tuvieran alas, cuerpos de leones;
Él
con su salvaje pecho tatuado;
Ella
con sus tetazas colgantes.
¡Ocurrió
demasiado rápido, y hace tanto tiempo!
¿Conoces
esa hora justo antes de que el día rompa
cuando
uno anhela recostarse en las sábanas frías
de
un cuarto con las persianas bajadas?
La
hora en que los hermosos suicidas
que
yacen extremo a extremo en la morgue
se
levantan y caminan hacia la primera luz.
Las
cortinas de los hoteles baratos vuelan fuera de las ventanas
Como
gaviotas, pero todo lo demás está tranquilo…
Vapores
se alzan de las rejillas del Metro…
Cuerpos
brillantes de sudor…
¡Locura,
y bien podrías decir, Paraíso!