viernes, 16 de septiembre de 2011

Traduciendo a Derek Walcott (2)

Las Acacias
1
Tiempo atrás podías manejar (aunque no yo)
desde el ancho prado encharcado que cercaba la casa
hasta la ardiente playa vacía
y parquearte a la sombra de las acacias
que imprimen sus florecitas amarillas
(las playas vírgenes y sin estampar son mi negocio);
pero vinieron hombres con cintas y teodolitos
a medir el agreste e irregular terreno. He visto fincas
condenadas donde construirán otro hotel de lujo
con cercas para evitar a los nativos.
Los nuevos gerentes de nuestra historia
financiera son los profetas que aplican
la política que hará de esta isla un centro comercial,
y a las olas sonreír como meseros, como taxistas,
todas estas nuevas plantaciones frente al mar:
esclavitud sin grilletes, sin sangre derramada,
sólo cadenas que enlazan letreros y vallas.
Tanta libertad sentí escribiendo debajo de las acacias.

2
Jefe, si usté busca en esas matas, encontrará
el mazo de pasaportes, carteras, cédulas, tarjetas de crédito,
que no les sirven, es money lo que tienen en la mente
y, como sea, no es a cada rato que aparece.
Tan sólo deje su bulto con esas cosas en la arena,
y juyendo como el viento saltan de entre las matas
mientras esté nadando o poniéndose el bronceador,
y cuando se viene a enterar no vale la pena
llamar a seguridad, ya que están en Massade.
Pero yo no, eso no es lo mío, yo hago mis chelitos
vendiendo y soplando caracoles, es triste,
pero es lo que hay. Son más rápidos que cualquier carro,
y con lo único que yo me he encabrillado
es con las olas, y pronto ni eso se podrá.
Demasiado turista y poquísimo trabajo.
¿Qué tal un poco de vida aquí? Gracias, pero jefe,
no deje que eso le dañe su fiesta.

3
¿Ves esas olas que vienen desde Pigeon Island
como monjas cabisbajas en procesión?
Una cosa sé: cuando te marches como mis amigos,
no a Tailandia o Rusia,
sino a donde los queridos amigos se van
con sus propias creencias
semejantes a una bandada
de gaviotas abandonando el espejo de la arena,
o a un alcaraván cruzando desoladamente el Barrel of Beef,
o a las velas que una garceta alza al dejar su roca;
desciendo al mismo mar por un atajo
con sombras de manzanillos y las atrofiadas uvas de playa
empequeñecidas por el viento. Llevo algo para leer:
el viento es brillante y las sombras corren como penas,
abro sus libros y distingo sus lejanos rasgos
que se aproximan hasta que me llegan sus voces oídas
en la páginas de una nube, como la suave espuma en mi cabeza.

De White Egrets de Derek Walcott, páginas 11, 12.