miércoles, 10 de diciembre de 2008

La pelota que lancé cuando jugaba en el parque aun no ha tocado el suelo

Siempre quise ser el primer dominicano en la NBA.
Para entonces poner un dominicano en la NBA
era tan difícil como poner un dominicano en la luna.


Practiqué tiros libres, corrí, hice marineros,

sentadillas y lagartijas.
Parodié ganchos, donqueos.
Jugué veinticinco quintetos al día.
Mandé hacer una franela
con el número veintitrés y lloré
cuando Magic Johnson anunció que tenía sida.

Un día toqué la malla de un salto.
Luego toqué el tablero.
Nunca llegué a tocar el aro.

Conseguí esas pesas
que se amarran en los tobillos
y que incrementan el salto.
Pero no funcionaron y me las cambiaron

por unos Converse Magic con aire comprimido
que me robaron mientras jugaba bajo
un transformador en San Carlos.

Compré unos Reebook Pump

y me expulsaron del equipo nacional
de minibasket.
Me faltaba estatura, alegaron.
Ni empinado era lo suficientemente alto.

Dormí trece, catorce, quince horas al día
para acelerar mi crecimiento.
Comencé a comprar jarabes,
vitaminas, minerales, suplementos.
Luego de once meses
creo me estaba encogiendo.

Hice barras.
Ejercicios de estiramiento.
Le pedí a Jesus, a la vírgen

y al hombre elástico
unas míseras pulgadas de más.

Ya tengo treinta años y todavía necesito
dos pulgadas para alcanzar los seis pies.
En vez de llegar a la NBA me mudé de barrio

y ahora juego dominó
en donde da lo mismo si eres enano.

También escribo poemas
y se los dedico a quien se me ocurra.

Por ejemplo este, que dedico a los que ya no se quitan
la camiseta al jugar basquetbol
porque les ha crecido pelo en la espalda.

Espero que lo gocen y que aplaudan.