Nuestro estilo acabará muriendo y nuestros colores empalideciendo. A nadie le interesarán nuestros libros ni nuestras ilustraciones. Y a aquellos a quienes les interese, o no entenderán nada y fruncirán los labios preguntándose por qué no hay perspectiva, o simplemente no podrán encontrar nuestros libros. Porque el desinterés, el tiempo y los desastres naturales irán royendo lentamente nuestras pinturas hasta acabar con ellas. Como la goma arábica de los volúmenes lleva pescado, huesos y miel y las páginas han sido pulimentadas con una mezcla de huevos y fécula, ratones insaciables y desvergonzados devorarán las páginas relamiéndose los bigotes; termitas, gusanos y mil y un bichos carcomerán nuestros libros hasta destruirlos. Harán pedazos los volúmenes y arrancarán las hojas; los ladrones, los sirvientes descuidados, los niños y las mujeres que encienden el fuegos los rasgarán. Los príncipes niños estropearán las pinturas con sus lápices, les agujerearán los ojos a las figuras humanas, se limpiarán los mocos con las páginas, pintarán garabatos negros en los márgenes; cada dos por tres los que dicen que son pecado lo emborronarán todo, rasgarán nuestras pinturas, las recortarán y quizás las usen para hacer otras ilustraciones o para jugar y divertirse. Y, mientras tanto, las madres destruirán nuestras pinturas porque son obscenas, los padres y los hermanos mayores se masturbarán ante las imágenes de mujeres derramando su semen en ellas; las páginas se quedarán pegadas no sólo por eso, sino también por el barro, por la humedad, por la cola de mala calidad, por la saliva y porque estarán manchadas con todo tipo de suciedad y de comida. En los lugares en que estén pegadas se abrirán como diversas manchas de moho. Luego las lluvias, las goteras, las inundaciones y el barro acabarán de de destrozar nuestros libros. Y cuando del fondo de un baúl milagroso salga misteriosamente el último libro seco e intacto de entre páginas convertidas en pasta de papel por el agua, la humedad, los insectos y el descuido, páginas rasgadas, rotas, agujereadas, descoloridas e ilegibles, algún día las despiadas llamas de un incendio se lo tragarán y lo harán desaparecer, por supuesto.
Me llamo rojo. Orhan Pamuk. Páginas 288 y 289.