El hombrecito hablaba con la suavidad bondadosa de costumbre y un esbozo de sonrisa en su cara redonda, pronunciando con la perfección de un actor de radioteatro o un profesor de fonética. Trujillo lo escudriñó, tratando de desentrañar en su expresión, en la forma de su boca, en su ojitos evasivos, el menor indicio, alguna alusión.
Fiesta del Chivo. Mario Vargas Llosa. Página 296.