jueves, 25 de octubre de 2007

Papitas fritas

La muchacha tiene el maquillaje corrido, el pelo sucio y lleva una mochila negra. Acaba de cruzar la Churchill y ahora se aproxima con la cabeza baja al McDonald’s. En la puerta de entrada, una mujer teñida de rubio y con uniforme le da la bienvenida. La muchacha apenas la escucha. Avanza y se sienta detrás de nosotros, justo a un extremo de la ventana. Del otro lado hay un niño descalzo que la mira con fijeza. Se soba el vientre como para darle a entender que tiene hambre. Pero aunque la muchacha aparenta mirarlo, no lo hace, es como si este fuera un fantasma y pudiera ver a través de él y su barriga llena de parásitos hacia la avenida atestada de carros y hasta las tiendas y los estudiantes de más allá.

Del asiento levanta su mochila y la coloca sobre la mesa. De esta extrae su iPod. Se pone los audífonos y empieza a repasar las canciones. Al encontrar la que buscaba presiona el botón de Play y cierra los ojos. Entonces es como si se hiciera invisible por cinco minutos. Al finalizar la canción el hechizo se rompe y ella se quita los audífonos y apaga el iPod. Lo guarda. Saca su celular y lo coloca sobre la mesa. Lo hace girar como si se tratara de una ficha de dominó. Aburrida, sigue mirando por la ventana, hasta que de repente tuerce la cabeza y le echa un vistazo al establecimiento, a los hombres y las mujeres que se pasean con bandejas, a las ofertas, a los que esperan impacientes en filas frente a las hastiadas cajeras, a los ventanales del otro lado donde los carros avanzan por el Drive Thru, a una de las dependientes que se hizo el moño con un lapicero azul y que se encarga de recoger de las mesas las bandejas dejadas por clientes desaprensivos. Luego me ve a mí. Permanecemos mirándonos durante diez segundos hasta que me corta los ojos y posa la mirada en su celular como si con la fuerza de la mirada pudiera hacerlo sonar.

Cada vez que la muchacha me mira, utiliza la cabeza de Blas como parapeto. Se cubre ahí y de improviso echa un furtivo vistazo. Tiendo a mirar mucho a las personas. Observo a las personas como si mi cabeza fuera una cámara y las estuviera grabando desde donde estoy sentado.
La muchacha debe tener veintidós años y no parece estudiante. Lo digo porque la mayoría de los que están sentados y paseando con bandejas son estudiantes universitarios. Ahora se levanta y se dirige hacia las filas. Se pone detrás de una mujer obesa. Estudia las ofertas y aparentemente se decide de inmediato, puesto que la cajera toma la orden y a los pocos segundos le trae un sundae de fresa. La muchacha lo pone en su bandeja, avanza y se vuelve a sentar detrás de nosotros. Saca nuevamente su celular y lo pone en la mesa como si éste estuviera a punto de incendiarse. Le digo a Blas que la muchacha me recuerda a alguien. Blas dice que no le recuerda a nadie y dice que es fea.
- Sí, es fea, pero me recuerda a alguien.
- ¿A quién?
- No sé... tiene la cara de alguien que conocí.
Hago esfuerzos sobrehumanos para recordarla.
- Por cierto, conocí una jevita.
- ¿Dónde?
- Por facebook.
-¿Cómo?
-Estaba chateando y le empecé a montar. Cayó como en quince minutos. La invité al cine.
- ¿Cómo? ¿Sin ver la foto?
- Sin ver la foto.
-Hmm.
-Déjame contarte. Quedamos en vernos en el Cinema Centro. A ver una película de Catherine Zeta Jones.
-¿La convenciste?
-Sí, le monté bestial. Me dijo: nos vemos a las siete.
-¿Qué tal?
-Un cromo.
- No, la película.
- Un clavo. Pero esa mujer está buenísima. Pues sí, me senté en el café colombiano que tienen al lado para hacer tiempo.
- Ah sí, conozco el café.
- Me siento a beberme el café, un buen café colombiano.
Me arrebata la funda de papitas fritas y devora dos al mismo tiempo. Vamos a McDonald's por las papitas fritas. Por más que los documentales destrocen a McDonald's, las papitas fritas siguen siendo una delicatessen.
- Pues estoy ahí, sentado, bebiéndome mi café y esperando la jevita. Pasan quince minutos.
-No jodas.
-Pasan veinte minutos. La película está por empezar. Me digo: la jevita me jodió.
- Seguro pensaste que era un hombre con el que estabas chateando.
-Sí, pensé todo. Me sentía como si me hubieran pegado cuernos y el mesero y los que pasaban lo supieran.
- Been there, done that.
- Entonces la jevita se apareció.
-¿Buena?
-Un cromo. La mujer perfecta. Se sienta y conversamos y yo estoy como si estuviera en el cielo, en la antesala del cielo, sentado frente a Dios. Hasta ahí todo bien.
-¿Y?
- Miramos la película. Un clavo. Pero que buena está Catherine Zeta Jones. - Dilo duro.
- Todo bien hasta ahí. Hasta nos agarramos de la mano cuando salimos de la sala. Bajamos entonces las escaleras y mientras bajamos la jevita pega un grito.
-¿Un grito?
-Sí, un panita que está abajo se abalanza sobre ella y ella se echa a correr. Imagínate. Yo le voceo al pana, compadre, cuál es tu problema, pero el pana sin mirarme grita no te metas con mi mujer y agarra a la jevita de la mano. La coge del cabello y le empieza a decir que no sirve, que es una sucia, que no sirve.
-¡En qué lío te metiste!
-Pa que lo sepa. Le digo al pana pero qué es lo que pasa. Entonces el pana me dice que la estaba acechando desde hace unos días. Le grita cuero sucio al oído.
- ¿Y que tú hiciste?
-Le dije al pana que me diera el dinero que gasté en la entrada.
-¿Y te lo dio?
-Claro.
-Que fuerte.
La muchacha deja el sundae por mitad. Sumerge un dedo en el vaso y se lo chupa. No se asemeja en nada a las demás estudiantes que pululan con bandejas o que se sientan en las mesas de los extremos a conversar y morder los hamburgers económicos de doble carne. Más bien, parece sacada de unas de esas películas de bajo presupuesto en que los personajes aparecen mirando la ventana por largos segundos con un café que se enfría sobre la mesa.

Entonces, no sé si es porque se pone de perfil o qué, pero reconozco
a la muchacha. Si no me equivoco, se trata de la novia de un amigo de Rafa que toca en una banda de jazz. Rafa me la presentó en un bar. A la salida me contó un misterioso incidente en el que ella estaba involucrada. Fue hace como cinco años. La muchacha estaba en una fiesta, sentada en un rincón, conversando con un tipo. De repente ambos desaparecen. ¿Por arte de magia? No. El tipo fue al baño y ella se había escabullido sin que nadie la viera, bajó las escaleras y se adentró a la calle. Caminó y caminó hasta que a su lado una camioneta con los vidrios ahumados le toca bocina, el chofer baja el vidrio y se pone a ofrecerle una bola a casa. La sigue a baja velocidad, gritándole hasta que en una esquina se apean tanto el copiloto como el chofer, la acorralan, la agarran y la suben a la fuerza en la camioneta. Dan vueltas por los alrededores hasta que se detienen cerca del botánico y se turnan para violarla. Inmediatamente los tipos la dejan en casa, la muchacha llama al novio al celular y le cuenta lo ocurrido. Este le dice que va a llamar a la policía, pero ella asegura que no fue una violación y que la culpa fue suya por andar sola a esas horas de la noche. ¿Cómo que no?, le pregunta el novio con rabia. Y ella le responde que una violación es otra cosa y le pone ejemplos de violaciones. Luego le dice que tiene sueño y que se va a la cama. Antes de colgar, agrega que ellos la llevaron a la barra Payán cuando les dijo que tenía hambre y que le compraron una batida de zapote y un derretido danés.

Mientras la muchacha sigue mirando el celular le secreteo todo lo anterior a Blas.
- Te lo acabas de inventar.
- No.
- ¿Dijo que no era una violación?
- Sí.
- ¿Estás seguro que es ella?
- Un setenta y cinco por ciento.
- La pobre.
Blas se cubre con las manos, sacude la cabeza y reprime una sonrisa. A diferencia de Blas, la muchacha mantiene el ceño fruncido y la cara dura como un puño. Alza la mirada y me mira. Me clava la mirada tanto que hasta me duelen los ojos. Todos los músculos de su rostro se contraen.
- ¿Qué me miras?, me pregunta. Su voz es ronca y amenazante.
-¿Te conozco?
No sé qué responderle. La muchacha toma aire y contraataca.
-Déjame en paz. ¿Cuál es tu problema, jevo?
-Perdóname. Me recuerdas a alguien. ¿Ok?
-¿No tienes nada mejor que hacer?
Blas se ha echado a reír. Algunos estudiantes se voltean y se quedan mirándonos como si practicáramos para una obra de teatro universitaria. La muchacha vuelve a mirar por la ventana. Faltan veinte minutos para la diez y puede que llueva esta noche. Toma el celular, lo mete en la mochila, se levanta y sale por la puerta.