jueves, 27 de julio de 2006

Lo bueno, si breve, dos veces bueno

En los últimos días, he estado leyendo exclusivamente cuentos. Puede que esto se deba a la falta de tiempo o puede que se deba a que me estoy volviendo más inteligente y que me he dado cuenta de la superioridad de los cuentos sobre la novela. O más bien, de la idea de decir en diez páginas lo que a otros le tomaría mil. Raymond Carver en cinco páginas cuenta una historia de quinientas páginas. John Cheever en su cuento, Reunion, de aproximadamente cuatro páginas, relata una historia de cuatrocientas veintiocho páginas. Después tenemos a Monterroso que con siete palabras escribe la Fiesta del Chivo y toda la obra del señor Vargas Llosa.

Y no me hagan a hablar de Chéjov vs los novelistas rusos. Lo siguiente podría ser un cuento: Un hombre se introduce en la jaula de los leones del zoológico gritando "Dios me salvará, si existe". Un león va directamente hacia él, lo derriba y de un zarpazo le corta la arteria carótida. Lo acabo de leer en las noticias de Yahoo. Vargas Llosa en ese caso hubiera escrito una novela de trescientas páginas y tres meses luego, sentado en el balcón de la Castellana, junto a su hijo, su tía, su hija y su primo, prepararían una exposición fotográfica, una conferencia y una película.

A Juan Dicent le decía el otro día que los lectores confunden los cuentos con capítulos de novelas. Confunden los cuentos con pirotecnias. Confunden la poesía con retórica. Me acuerdo de un montón de cuentos, en cambio las novelas se me olvidan. Es más, me acuerdo generalmente más de los poemas y luego de los cuentos y en tercer lugar de las novelas, pero los ensayos y las teorias se me olvidan al segundo. Es harto conocido lo que dice Borges al respecto. Gracián decía: Lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Si uno va en dirección a los baños del bar de la Cinemateca, pegado en la pared se va a encontrar con un afiche donde se lee: El cine es mejor que la vida. Lo que es mejor que la vida es El cuento. Y ojo, los cinéfilos debieran saber esto y ponerse de rodillas ante Borges o Edgar Allan Poe, sobre todo cuando hacen películas de más de dos horas y con diálogos intelectuales.

Pero en fin, pienso en un cuento de Rick Moody. Es un cuento de un caballo, uno viejo y silvestre y enfermo que pertenece a la familia de un hombre citadino, una especie de ejecutivo que viaja a la villa de sus padres en el campo a enterrar dicho caballo. Junto al veterinario, cavan una fosa y hacen que el caballo se acerque a la fosa y cuando el caballo está en la fosa, el veterinario le pone una inyección y el caballo muere. Entonces lo entierran. Lo hermoso del cuento de Rick Moody es que no trata ni de la fosa ni del caballo ni siquiera de la villa de sus padres con sus estanques y sus pájaros sobrevolando los alrededores. El cuento está más allá. Los buenos cuentos tratan siempre de otra cosa.