Hace par de meses, recibí un email de David Puig donde me enviaba varias fotos de indios en un archivo adjunto. Me convidaba a que eligiera una y le dedicara un breve texto para publicarlo en esta revista. Exhortado por sus palabras, comencé a ver las fotos, compuestas en su mayoría por retratos, hasta que di con la de este anciano indio, ataviado en ese extraño uniforme, mirando de manera arrogante y hastiada a la cámara, como si quisiera advertir de antemano que se trataba de un tipo con el que es mejor no meterse. De inmediato, le escribí de vuelta a David para anunciarle que había encontrado la foto. Sin pensarlo mucho, estudié por unos minutos el retrato y procedí a hacer una descripción de su fisonomía, resaltando su expresividad y su extraño uniforme que recuerda a los que usan los porteros de los hoteles. Sin embargo, no me sentí satisfecho y borré el texto. Era como si no lograra atrapar la esencia que el fotógrafo había capturado en su retrato. Lo mismo me ha ocurrido desde entonces. He llegado a pensar que el retrato tiene un maleficio, una especie de fukú, como dicen aquí en la isla, a tal punto que siempre cuando fracaso en mis intentos de escritura, clavo mi mirada en los ojos del anciano y estos parecen desafiarme y decirme: te he vencido de nuevo, muchacho.
Como salta a la vista, se trata de un señor de setenta y tantos, e incluso puede que llegue a ochenta, dada la cara arrugada y el pelo y la barba canosa. Pues bien, este señor, da la sensación de no sentirse muy cómodo con la idea de que le tomen una foto. Puede que le pidiera dinero al fotógrafo y éste le haya contestado que no tiene. De seguro, mientras el fotógrafo intenta convencerlo, se va aglomerando un círculo de viandantes a su alrededor, quienes les gritan que no sea cara dura y colabore con el señor. Puedo imaginar al fotógrafo con la cámara en mano, pidiéndole que por favor se agache y al señor negándose, haciendo un gesto de bah con una mano, hasta que tras muchas súplicas y la presión de los viandantes que se han incrementado, accede a agacharse, aunque eso sí, aun refunfuñando bien dentro de sí. Atención a la expresión de su rostro: una expresión que puede significar tantas cosas y de la que tenía la hipótesis que era la forma en que el anciano daba a entender que es un tipo duro, que aunque llevaba ese uniforme y estuviera agachado o sentado en esa pose, podría ponerse de pie e ir a romperte la cara. Quizás por ese uniforme y el quepis en un principio me confundí y pensé que se trataba del portero de un hotel. Sin embargo, ¿cómo son los porteros de los hoteles de la India? Nunca he estado en la India. Como temía complicarme en algo que podía ser sencillo para cualquiera que conociera la India, no tuve otro remedio que escribirle de vuelta a David Puig y preguntarle acerca del uniforme del anciano. Su respuesta no se hizo esperar. Se trata de músicos de bandas que tradicionalmente amenizan celebraciones y bodas, puntualizó en su email. En vez de un portero de hotel se trata de un músico itinerante, y quizás por esa razón refunfuña y tiene el uniforme desarreglado, ya que tiene que irse corriendo a una boda en que va a tocar. Por lo que puede que el fotógrafo lo haya sacado de la boda, lo haya cuestionado acerca de si le gustaría posar para una foto y tras muchas peticiones se la habría tomado. El anciano, claro está, se negó en un principio, hasta que los otros músicos cargando sus instrumentos, trompetas en su mayoría, rodean al anciano y le piden que no sea aguafiestas, que se tome la foto y que se dé prisa porque la boda está a punto de empezar. Finalmente el anciano accede y todos se echan a aplaudir. El fotógrafo le pide que tome asiento enfrente de una pared de madera, aunque puede que lo mande a agachar, quién sabe, la cuestión es que los otros músicos le repiten que ya es hora, que los novios llegan, lo que impide que al anciano le dé tiempo abotonarse bien la camisa que tiene debajo y hasta la misma chaqueta. Pero bueno, el fotógrafo apunta la cámara fotográfica y el anciano mira, esperando que la tome, pensando en que habrá de volver a tocar la trompeta de nuevo en otra boda, que ya ha tocado en demasiadas bodas y de que de seguro en una de estas habrá de morir tocando la trompeta sin saber quién es la novia o el novio o el pueblo en que está de gira tocando con sus amigos músicos. Quizá ese pensamiento sobre el cansancio y el aburrimiento es el que lo exaspera y que el fotógrafo logra capturar. Puede que sí. Puede que no.
Publicado en Vislumbres. Volumen 2, 2009
Foto de Bijoy Chowdhury