Si me ponen la encomienda de leerle un cuento a un auditorio en Japón, tomaría Dos Pesos de Agua y lo leería como si yo fuera el autor. Esto es muy descarado de mi parte. Lo admito. Ahora bien, da a entender que este cuento publicado por Juan Bosch en 1941 es infalibe.
No voy a abundar mucho al respecto porque me van a pasar a buscar para ir a una fiesta. Mentira. No voy a ninguna fiesta. No me invitaron. Aprovecho entonces para hacer un comentario sobre el cuento. Primero, señalar la manera cómo el cuento de repente, de una historia llana y descriptiva de una sequía, una historia que incluso pudiera quedarse ahí y conventirse en una fiel estampa de las condiciones rurales, no sólo del país, si no de toda Latinoamerica, se torna en una historia maravillosa, en un relato de algo que la crítica clasificaría años después de que este cuento fuera escrito y publicado, como realismo mágico. Me refiero a esta parte: Remigia esperaba. Recogía escasas gotas de agua. Sabía que había que empezar de nuevo, porque ya casi nada quedaba en la higuera, y el conuco estaba pelado como un camino real. Polvo y sol; sol y polvo. La maldición de Dios, por la maldad de los hombres, se había realizado allí; pero la maldición de Dios no podía acabar con la fe de Remigia. Si uno lo piensa, el cuento puedo terminar ahí y se trataría de un final magistral. Sin embargo, hay una vuelta de tuerca, Bosch tiene una ficha y puede romper, los muchachos esperan, el colmado está alerta, Bosch saca la ficha y hace capicúa y la ficha al tocar la mesa suena pac. El del lado no va. El otro tampoco. Ni el otro. Bosch va de nuevo y tira lo siguiente: En su rincón del Purgatorio, las ánimas, metidas de cintura abajo entre las llamas voraces, repasaban cuentas. Vivían consumidas por el fuego, purificándose; y, como burla sangrienta, tenían potestad para desatar la lluvia y llevar el agua a la tierra.
Después de esto, viene el agua. Y qué agua. Si lo comparamos con el cuento ese de Rulfo y con otros más, definitivamente es en el de Juan Bosch donde cae más agua. De la literatura, incluso le gana a García Márquez en Cien años de Soledad, porque mientras en Macondo llueve 4 años, 11 meses y dos días en Paso Hondo llueve indefinidamente.
-¡Todavía falta; todavía falta! ¡Son dos pesos, dos pesos de agua! ¡Son dos pesos de agua!
Tan es así, que hace unos meses, durante y después de la tormenta Noel, se mencionó Dos pesos de agua, como símil de lo que acontecía. En otros países, eso lo hubieran comparado con el relato bíblico de Noé y su arca. Pero nosotros ya tenemos nuestra propia mitología al respecto. En fin, era como si la realidad hubiera copiado a la ficción.
Bajo el agua tomó Remigia el camino de Las Cruces para comprar comida. Salió de mañana y retornó a media noche. Los ríos, los caños de agua y hasta las lagunas se adueñaban del mundo, borraban los caminos, se metían lentamente entre los conucos.
-La seca no mata, pero el agua ahoga, doña. Todo eso -y señaló lo que él había dejado a la puerta- ta anegado. Como tres horas tuve esta mañana sin salir de un agua que me le daba en la barriga al mulo.
El agua sucia entró por los quicios y empezó a esparcirse en el suelo. Bravo era el viento en la distancia, y a ratos parecía arrancar árboles. Remigia abrió la puerta. Un relámpago lejano alumbró el sitio de Paso Hondo. ¡Agua y agua! Agua aquí, allá, más lejos, entre los troncos escasos, en los lugares pelados. Debía descender de las lomas y en el camino real se formaba un río torrentoso.