A la literatura argentina no se llega en avión como quizás se llega a otros ámbitos literarios latinoamericanos. A la literatura Argentina se llega descendiendo en una nave espacial. Definitivamente, la literatura argentina es un planeta. Cada escritor es una isla, o es un continente. Hay tanta diversidad. Leyendo dos novelas de Osvaldo Soriano llegué a esta pueril conclusión. La primera me la prestó mi amigo Leandro y se denomina Una sombra ya pronto serás. Es una road novel, no al estilo de Kerouac, sino más bien al estilo del suicida Hunter Thompson. Al estilo de Motel Chronicles de Sam Sheppard. Pero ojo, no al estilo del Paris, Texas de Wim Wenders.
Los personajes de esta novela parecen seres sacados de una pesadilla de hongos. La Pampa funciona como metáfora de un laberinto que aparentemente es la Argentina de finales de los ochenta de la que todo el mundo estaba emigrando. La Pampa es el principal protagonista de la novela. Y no puede emigrar por el mero hecho de que está pegada al suelo.
Ayer, Alejandro, un amigo argentino, me contaba que el problema con su país es que su economía sufre de altibajos. Por años es un país primer mundista y por años un país tercermundista.
Argentina es La Pampa que Soriano describe en la novela. Es un espacio infinito. Laberíntico. En ciertos momentos, se habla de un personaje que va caminando a lo lejos y la manera en que se puede ir siguiendo el recorrido de éste por horas sin importar que el personaje se transforme en un punto cada vez menos visible.
Por otro lado, está la novela Cuartel de Invierno que compré hace una semana. Y que leí de un tirón. Si no me equivoco, el mismo Osvaldo Soriano dijo que esta era su mejor novela. Trata de un cantante de tangos y un boxeador que invitan al festival de un pueblo en plena dictadura militar de Videla. El cantante de tangos es cabeza caliente. Los militares le piden autógrafos y luego le dan una salsa. Hay una mujer desnuda, hay abuso de poder, un helicóptero que va a caer sobre una multitud pero no cae, asesinatos, ejecuciones, borrachos, trompadas. La novela que empieza como una picaresca se va tornando a medida que van quedando menos páginas en la radiografía de una sociedad represiva. En menos de quince páginas, uno pasa de la risa a la mueca. De lo gracioso al horror. El pasaje final del libro es bárbaro. Llegar ahí vale la pena. La novela da la vuelta como un compás. En esto me recuerda a Sostiene Pereira de Tabucchi, escritor italiano que sin duda pudiera pasar por escritor argentino.