martes, 12 de junio de 2007

Un Campeón Desparejo de Adolfo Bioy Casares


En 1993, a la edad de de 79 años, Adolfo Bioy Casares publica la novela Un Campeón Desparejo. Se trata de una novela corta, de 110 páginas, según la edición que tengo de Tusquets en la colección Fabula y que se caracteriza por utilizar una tipografía para lectores que son cortos de vista o se están quedando ciegos o quizás para lectores que tenían la edad de Bioy cuando éste publicó la novela y no podían forzar mucho la vista.

Lo primero es el título de la novela: Campeón Desparejo. Es un titulo que no vende. Es como el titulo de una reseña de la sección Deportiva del periódico Hoy mezclada con una de Sociales del mismo periódico. Pero como es una novela del Bioy maduro, del Bioy de 79 años, cómo tiene pocas páginas, uno se hace el chivo loco y condescendientemente abre la novela y la encara.Entonces se lee la primera oración: Lo Tomaron en Tupungato y Alma Fuerte. Aunque uno nunca haya estado en Buenos Aires, esa oración agarra. Puedes tener un bebé en los brazos y esa oración te agarra. Por lo que lees y lees hasta que quedas dentro de la novela como si esta de repente se convirtiera en un taxi y arrancara.

En Un Campeón Desparejo, Bioy narra las peripecias de Luis Ángel Morales, un taxista de Buenos Aires, ex alcoholico, de buen corazón y poco inteligente. La novela empieza cuando Luis Ángel Morales recoge a dos extraños tipos que le dan a beber una extraña poción que le transforma la vida. De ahí en adelante, Luis Ángel Morales se convierte en una especie de Hulk, de hombre increible, de salvador de amas de casa y de putas bonaerenses. Pero es más que Hulk. Imagínense una versión de Hulk dirigida por Godard en Buenos Aires.

Bioy escribe: La señora volvió a trastabillar, pero evitó la caída. Morales bajó, para auxiliarla, y el colectivero, con una barra de hierro, bajó para enfrentarlo. Apenas tuvo tiempo de hacerse a un lado, asir con la mano izquierda la barra y quitársela al agresor. Mientras éste lo miraba sin entender, Morales retorcía el hierro entre sus manos. Prontamente el colectivero se metió y se encerró en su vehículo. Morales le gritó:
- Quieto ahí.
Se disculpo ante la señora y le preguntó si estaba bien. Con una mirada, comprobó que tampoco el taxi había sufrido perjuicios. Le gritó al hombre:
- Andando.
- ¿Cómo lo hiciste, mi hijito? - preguntó la señora - . Me gustaría llevarme ese fierro, de recuerdo.
Al recibirlo en las manos, la señora casi cae para adelante.
- Pesa demasiado- dijo Morales-, como si fuera de plomo.
- Pero no es de plomo. Por eso no lo suelto. Cuando yo cuente lo que hiciste, si alguien cree que el caño era de plomo, lo llevo a casa y se lo muestro para que vea que no es de plomo, sino de fierro.

Particularmente, lo que más me agrada de la novela es como Bioy va desbaratando todas las conjeturas que uno se va haciendo acerca del desenlace de la novela. Como un semáforo, la trama va cambiando de un punto a otro y volviendo de nuevo al punto de inicio. De los escritores recientes, me parece que César Aira tiende a esas vueltas, pero en Bioy hay una gracia y un manejo de un lenguaje llano y sencillo de una precisión y una riqueza incomparable.

Bioy es excéntrico, no trata de ser excéntrico. Por lo tanto no es aparatoso. Por lo tanto no provoca la risa forzada, sino de las que hacen mearte en los pantalones.
Al final, cobra sentido el título de la novela. Y uno mira la portada del libro con el título y se lo encuentra bueno y arenga: bárbaro Bioy, bárbaro, dónde sea que estés, te quedó bárbaro.