Entro a eso de las seis menos diez a la Secretaría de Cultura. Me quito los audífonos y le pregunto a la recepcionista dónde se va a realizar el cóctel de presentación de los libros. La recepcionista me dice que en la sala Ramón Oviedo. Señala a dos señoras que ingresan al salón de la izquierda. Sigo a las doñas y paseo por los alrededores mirando de reojo la exposición de pintura. Busco los libros por doquier sin resultado alguno. Tengo ganas de ver mi libro. No tengo idea de cuál es la portada ni de cómo es el formato y ni siquiera sé si incluyeron una foto mía en la solapa. No sé. Me siento como si fuera un autor muerto, como si fuera Tolstoi y no pudiera tomar decisiones de la portada y de la manera en que debiera editarse y diagramarse sus libros por toda la eternidad. Ser un escritor muerto y que te publique la editora nacional es lo mismo, pienso.
El año pasado mandé unos cuentos en formato de libro al concurso de cuentos de la Feria del Libro. A la larga el libro ganó. Supe la noticia de mi victoria en Praga por un email que Giselle me envió. De acuerdo a las reglas del concurso, el libro se publicaría dentro de un año, razón por la cual me encuentro en la sala Ramón Oviedo de la Secretaria de Cultura, entre poetas ochentistas y demás culturosos, aguardando porque empiece el cóctel y me dejen ver mi libro.
Salgo del salón y me siento en uno de los escalones de la entrada. Pasa una muchacha rubia que trabaja en la Feria del Libro.
-¿Cómo te va Juan?
- No. Me llamo Frank.
- Ah sí. ¿Viste el libro?
- Todavía no lo he visto.
- Quedó excelente.
Enciendo mi iPod y pongo una canción de Dropkick Murphys. Entro de nuevo al salón. Me intercepta un poeta de los ochentas. Increíblemente, tiene puesta una gorra de cazar zorros y una chaqueta crema. Me invita a la puesta en circulación de su libro y me pasa una fotocopia de la invitación. Se llama Slaughter house: the cruxificion, y lo va a presentar Cesar Zapata.
- Creo mucho en los poetas jóvenes, tanto que cuando estaban proponiendo poetas para el festival de poesía internacional que están preparando, sabes un festival en que vienen los mejores poetas de Latinoamérica, poetas mayores todos, Jochy está trabajando en eso a tiempo completo… pues bien, yo levanté la mano y propuse que se le brinde la oportunidad a poetas jóvenes como tú, porque uno debe tomar en cuenta las nuevas generaciones, no todos los del rebaño, sino a los punteros. Ustedes son nosotros.
- Pero yo voy a estar en China.
Todavía las sipnasis adecuadas no se han entrelazado en mi cerebro y por lo tanto no he comprendido la parte de Ustedes son nosotros.
- Ah sí, Basilio me dijo, pero lo que quiero que sepas es que estamos apoyando a las nuevas generaciones de poetas.
- Pero tengo veintinueve años.
- Eres joven.
Me dirijo al salón Ramón Oviedo. El salón está abarrotado de poetas ochentistas y de sus queridas. Distingo a Jimmy hablando con Armando Almánzar, el crítico de cine, y una mujer y un hombre que no identifico. Mientras me aproximo se acerca Alexis Gómez Rosa. Tiene como diez libras de más y tiene unas gafas oscuras.
- Mira, yo he intentado abrir la revista de Internet como un loco. ¿Qué pasa?
- No, se supone que es parte del juego. Tienes que presionar las pelotas de Ping Pong.
- Tengo tres meses tratando de entrar.
- ¿Tres meses?
- Sí.
Avanzo hacia donde Jimmy. Armando Almanzar hace chistes. Jimmy hace chistes. Sólo me río de los chistes de Jimmy. Por ejemplo.
- Estaba en un congreso de Son en Santiago, empieza Jimmy. Uno de los exponentes dijo que si Kafka hubiera nacido en la Habana hubiera sido un escritor costumbrista.
Llegan los dos Miguel y llega mi hermano.
- ¿Por qué estamos atrasados Jimmy?
- Es que el secretario de cultura tiene una reunión en el salón del lado. Inmediatamente terminé la reunión viene por aquí.
- Pero ya tenemos media hora esperando.
Pasan diez minutos y el trío compuesto por Basilio Belliard, León Felix Batista y Stanley Javier, se aproxima a la mesa de honor. Primero habla León Félix Batista. Bla bla bla. Le sigue Basilio Belliard. Bla bla bla. Stanley Javier. Más bla bla bla.
Disculpan la ausencia del secretario de cultura (quien se halla a unos quince metros del salón Ramón Oviedo) como si este se encontrara en China y hubiera perdido el vuelo de vuelta a casa. Sin secretario o con secretario, ahora viene el momento cumbre. Los libros se encuentran cubiertos con un mantel que va a ser desvelado. Uno, dos, tres. Basilio abre el mantel y ahí se encuentran los catorce libros. Empiezo a buscar mi libro con los ojos, recorriendo los lomos, hasta que lo distingo. Es verde olivo. La portada de una pintura ochentista. Cierro los ojos, me golpeo el pecho y pregunto: ¿qué he hecho para merecer esto, Dios mio?
- ¿Tú no querías concurso? Toma ahí, responde Dios.
Stanley Javier lee los títulos de los libros. Llega al mío.
- Frank Báez, Págales tú a los psicoanalistas. Vi a Frank Báez hace un rato paseándose por ahí.
Jimmy y Miguel y mi hermano empiezan a aplaudir y al rato los demás se suman. Hago reverencias.
Siguen presentando los libros. Una fotógrafa tropieza y otro fotógrafo la apara. Tomo mi libro de la mesa de honor y me lo llevo. No me gusta. Le pregunto a Miguel si lo compraría si no me conoce y éste dice que no. Mi hermano me dice que está bien. Abro el libro y empiezo a leer una presentación escrita por Alejandro Arvelo. ¿Alejandro Arvelo el del bigote? Ese mismo. Alejandro Arvelo escribe: Págales tú a los psicoanalistas presenta cinco piezas notables por su diversidad y por el manejo de las técnicas narrativas interioristas que tanto desarrollo han alcanzado luego de las varguandias que estremecieron la literatura en la primera mitad del pasado siglo. Frank Báez, su autor, es un escritor de oficio, un joven periodista dominicano que, además de una inusual pericia literaria, muestra un desarrollo personal que nutre su capacidad para narrar y le da las vivencias que todo escritor necesita y que, por lo general, faltan en los cuentistas jóvenes.
¿Joven periodista? No sé si eso debe ofender a los periodistas o a los psicólogos o a los poetas. ¿De donde habrá sacado eso?
- Una foto para el periódico.
- Seguro.
Me rodean tres personas y flash. Jimmy me pide que le firme el libro y mientras se lo dedico le comento que Maritza tiró la foto de la solapa. Jimmy me pregunta que por qué no salen los créditos de Maritza. Le digo que eso es culpa de los culturosos y visualizo una comitiva de la Feria del Libro vestidos de nazis tachando el nombre de Maritza. Me tiran otra foto.
Vuelvo a leer la presentación de Alejandro Arvelo. Se acerca una amiga de mi papá y me pregunta de qué trata el libro. Me quedo mirando el libro y le digo que de psicología. Al rato una mujer se aproxima con el libro y me dice que es psicóloga y que el título le llamó mucho la atención. Págales tú a los psicoanalistas, murmura. Le digo que es de auto superación personal. Una mujer que está cerca, se sonríe, compra el libro y me lo trae y me pide que lo firme. Le escribo: ustedes son nosotros.
- Mi quinto libro vendido, le digo.
Se acercan los fotógrafos y me piden otra foto al lado de una doña. Flash. Salgo de salón y me paseo cerca de donde Miguel y mi hermano comen de la picadera. Pasa la rubia y señala mi libro.
- Te dije que está buenísimo, Juan.
- Me llamo Frank.
- Ah sí.
Miguel y mi hermano comen de la picadera que reparte otra rubia con una camisa de Induveca.
- Que salami de mujer, dice Basilio señalándola.
Se acerca León Felix Bautista et al.
- ¿Es tu primer libro?
- No.
- El había publicado unos poemas en Madrid, dice Basilio.
- Yo he publicado como veinte libros, dice León.
Tu maldita madre, intento decirle, pero no me sale. Le miro la corbata rosada que no hace juego con el resto del traje. Le respondo: Ustedes son nosotros.
- Es cierto, me dice mirándome a los ojos. Ahora estoy publicando menos libros. Jochy me va a presentar uno.
- ¿Jochy?
- José Mármol.
Miguel se acerca y señala a Mateo Morrison.
- Mira, se pegó dos quipes al mismo tiempo.
- Grotesco.
Detrás de Mateo Morrison, Federico Henriquez Grateraux pregunta si tienen suficiente salami para todos. El mesero le responde que van a traer los sushis de salami pronto. Henriquez Grateraux y lo demás se emocionan.
Se acerca un poeta calvo.
- Felicidades por tu libro, poeta.
- Gracias. Cómprelo.
- Sí, debemos apoyar a los poetas jóvenes.
Pasa otro ochentista y hojea el libro.
- ¿Son poemas en prosa?, me pregunta.
- No. Son antipoemas en prosa. Los saqué de un blog que llevaba en el 2005. Cómprelo.
- ¿Qué es un blog?
- Eh… como una página de Internet. Como un diario. Algo así.
Basilio se acerca y me comenta que aguarde un momento para que hablemos de los doscientos libros que Pedro Antonio Valdez tiene que entregarme.
- ¿Qué esperamos?
- Que salga Pedro Antonio Valdez. El se encuentra ahí con el secretario de cultura.
De la puerta que Basilio señala, salen dos jóvenes noruegos fashionistas.
Al rato, sale José Mármol. León Feliz Batista et al lo rodean y lo saludan y le hacen gracia. Coincidencialmente, en una pantalla que tiene a sus espaldas, José Mármol aparece hablando en un acto de lo que aparenta ser la feria del libro pasada. José Mármol me da un apretón de mano. Es como una de estas personas que piensan que están rodeada de cámaras de televisón todo el tiempo y están acostumbrados a reaccionar de esa manera. No sé. A veces me pregunto cuál es peor José Mármol o Tony Raful.
Se va por un pasillo con León Felix Batista.
- Espera un minuto, me dice Basilio.
Sigo pensando en lo que escribió Alejandro Arvelo y en la portada del libro y en el verde olivo. ¿Sobrevivirán los textos esa terrible portada y el absurdo del prólogo?
- ¿Te gusta la portada, Miguel?
- Es de Dionisio Paz. Me dio clases. Creo que es evangélico ahora.
- ¿El que decía lo de las mujeres? ¿El de San Cristobal te amo?
- Ese mismo. Viejo, pero qué tu esperas de un libro que te edita la Secretaría de Cultura.
- Bueno, sí.
- Lo importante son los textos. Más que la portada. O no. Creo que te jodiste. Ja ja ja.
Miro de un extremo a otro del salón. Basilio me hace señas de que aguante la llegada de Pedro Antonio Valdez. Odio a Pedro Antonio Valdez. Odio a Alejandro Arvelo y a los poetas ochentistas. Cierro los ojos, intento retener aire y pienso que todo debe estar pintado en negro como una vez pensó Mick Jagger. Incluso la portada de mi libro.