Joyce
le temía al trueno,
pero
desde el zoológico de Zurich
los
leones rugieron al paso de su funeral.
¿Fue
en Zurich o en Trieste?
No
importa. Se trata de leyendas, tanto
como
la muerte de Joyce es una leyenda,
o
el fuerte rumor de que Conrad
ha
muerto, y que Victoria es irónica.
Desde
esta casa de playa
situada
sobre el promontorio
se
ven ahora, en las orillas
del
horizonte nocturno, hasta la salida del sol,
dos
resplandores que emiten las grúas de perforación
marina,
que son como
el
brillo del cigarro
y
el brillo del volcán
al
final de Victoria.
Podría
abandonar la escritura
por las lentas señales de humo
por las lentas señales de humo
de
los grandes, ser en cambio
su
lector ideal, reflexivo,
voraz,
que hace el amor a las obras maestras,
antes
que tratar de repetirlas o de superarlas,
y
convertirme en el lector más grande del mundo.
Al
menos requiere asombro,
lo
que se ha perdido en nuestra época,
tanta
gente ha visto de todo,
tanta
gente es capaz de predecir,
tantos
se niegan a entrar al silencio
de
la victoria, la indolencia
que
quema en el centro,
tantos
hay que no son más
que
ceniza erecta, como el cigarro,
tantos
hay que toman el trueno por sentado.
¡Qué
común es el rayo,
qué
perdidos los leviatanes
que
ya no buscamos!
Hubo
gigantes en esos días.
En
esos días hacían buenos cigarros.
Debo
leer con más cuidado.