lunes, 22 de octubre de 2012

Volcán (traduciendo a Derek Walcott)

Joyce le temía al trueno,
pero desde el zoológico de Zurich
los leones rugieron al paso de su funeral.
¿Fue en Zurich o en Trieste?
No importa. Se trata de leyendas, tanto
como la muerte de Joyce es una leyenda,
o el fuerte rumor de que Conrad
ha muerto, y que Victoria es irónica.
Desde esta casa de playa
situada sobre el promontorio
se ven ahora, en las orillas
del horizonte nocturno, hasta la salida del sol,
dos resplandores que emiten las grúas de perforación
marina, que son como
el brillo del cigarro
y el brillo del volcán
al final de Victoria.
Podría abandonar la escritura
por las lentas señales de humo
de los grandes, ser en cambio
su lector ideal, reflexivo,
voraz, que hace el amor a las obras maestras,
antes que tratar de repetirlas o de superarlas,
y convertirme en el lector más grande del mundo.
Al menos requiere asombro,
lo que se ha perdido en nuestra época,
tanta gente ha visto de todo,
tanta gente es capaz de predecir,
tantos se niegan a entrar al silencio
de la victoria, la indolencia
que quema en el centro,
tantos hay que no son más
que ceniza erecta, como el cigarro,
tantos hay que toman el trueno por sentado.
¡Qué común es el rayo,
qué perdidos los leviatanes
que ya no buscamos!
Hubo gigantes en esos días.
En esos días hacían buenos cigarros.
Debo leer con más cuidado.