miércoles, 24 de enero de 2007

El mundo no se acaba de Charles Simic



Desde hace unos días he estado leyendo los poemas de Charles Simic. Especificamente los poemas en prosa de The World Doesn't End: Prose Poems (1990), un libro ya clásico de la poesía norteamericana y que sigue siendo descalificado por cierta crítica norteamericana que todavía no se traga que se escriban los poemas en prosa. En latinoamerica, gracias a Dios, nunca hemos desdeñado de esa manera los poemas en prosa. Tan sólo hay que recordar los poemas en prosa de Dario, de Vallejo, de Pizarnik y de Octavio Paz. Todos clásicos del género. La ausencia de universidades en latinoamérica que se interesen por la literatura, así como la inexistencia de talleres de escritura creativa, nos aseguran esa libertad y ese triunfo.

El caso de Charles Simic es bien interesante. Charles Simic nacido en Yugoslavia y criado en Chicago desarrolla una poesía que se aleja en cierta medida de Frost, Whitman y Pound, aunque más bien, si se observa con claridad, su obra de quien se aleja es de los imitadores y los plagiarios de los grandes poetas gringos. Aceptemos que hay algo de la melancolía y el laconismo de Dickinson, un destello de William Carlos Williams, pero sobre todo la imaginería de Vasko Popa, de los surrealistas y de los bebedores de cerveza de europa del este. Cuando un periodista le pregunta qué piensa de las salvajes críticas que le han hecho ciertos individuos a su obra, Charles Simic responde que él escribe sus poemas para contradecir la idea que tienen esos individuos de lo que es la poesía.

Los poemas en prosa de The World Doesn't End son oscuros y están llenos de pasadisos secretos que llevan a Nietzsche, a Rimbaud, a Holderlin, a azoteas de Chicago y por supuesto a la extinta Unión Soviética. Un crítico español cataloga el libro de simbolista. Aunque no entiendo ese término, ya que a mi parecer toda la poesía y todas las cosas de la vida son símbolos.
Como proponía Alejandra Pizarnik, se trata de escribir un poema como si fuese un cuadro, como si pudiéramos colgarlo de la pared y las palabras se transformaran en líneas y trazos que dibujaran el paisaje de una maravillosa y nociva pesadilla. Aunque en el caso de Charles Simic se trata más bien de una radiografía que uno pega en la pared para entender donde fue que se jodió el siglo pasado.
Experimento

Ahora voy a hacer un ligero experimento con un poema del libro The World Doesn't End. Tomemos por ejemplo este poema elegido al azar por mí y que he traducido de un tirón, y llamemos un compañero de la oficina
para que lo lea y emita su opinión.

La época de los poetas menores se acerca. Adiós Whitman, Dickinson, Frost. Bienvenido tú cuya fama nunca pasará más allá de tus familiares cercanos, y quizás uno o dos amigos reunidos después de cenar ante una botella de vino tinto... mientras los niños se van durmiendo y quejándose del ruido que estás haciendo mientras hurgas en el closet por tus viejos poemas, temeroso de que tu esposa los haya tirado después de hacer su última limpieza de primavera.

Está nevando, dice alguien quien ha visto hacia la noche oscura, y luego él, también, te mira mientras te vas preparando para leer de una forma algo teatral y con la cara enrojecida, un poema de amor extenso e incoherente cuya última estrofa (desconocida para tí) lamentablemente se ha estraviado.

--A la manera de Aleksandar Ristovic'


Dario, que trabaja en el departamento de informática, es el voluntario. Acaba de leer el poema y me ha preguntado si eso es un poema. Le digo que sí. L
o lee de nuevo. Me dice que se siente como cuando hacen una broma que no alcanzas a oír y todo el mundo ríe y uno por inercia ríe también. Vuelve a leer el poema y termina riéndose. Me dice que se tiene que ir, que tiene trabajo y que no puede perder el tiempo con esas cosas.